El desmantelamiento definitivo de la planta procesadora de CêlaVíta en Wezep marca el fin de un legado de 58 años y sirve como un caso de estudio descarnado para toda la industria de procesamiento agrícola. A pesar del interés inicial de aproximadamente diez partes, el síndico designado por el tribunal confirmó que no surgió ningún plan viable para reiniciar la empresa, lo que provocó el despido de 171 empleados y dejó a más de 100 productores contratados con miles de toneladas de papas sin vender. Las principales barreras citadas fueron una estructura corporativa compleja —donde la empresa operadora no era propietaria de la fábrica ni del terreno— y la inversión de capital intensiva que suponía la modernización de las instalaciones especializadas para las líneas de lavado, pelado y pasteurización. Esta separación de activos, que supuestamente supuso la transferencia de la fábrica a una filial inmobiliaria por un precio simbólico antes de la quiebra, creó complicaciones legales y financieras insalvables para los posibles compradores.

El colapso de CêlaVíta es un síntoma de las presiones más amplias que afectan al sector europeo de la patata procesada. Si bien la demanda de productos refrigerados de fácil manejo se mantiene fuerte, los procesadores se encuentran en una situación complicada. Un informe de 2024 de la Asociación Europea de Procesadores de Patata (EUPPA) destacó que los costos de la energía, un insumo fundamental para la pasteurización y la refrigeración, han aumentado más de un 45 % de media desde 2021. Simultáneamente, la escasez de mano de obra y el aumento de los precios de las materias primas han erosionado los márgenes. Este entorno afecta de forma desproporcionada a procesadores independientes como CêlaVíta, que carecen de las economías de escala, la integración vertical y las carteras de productos diversificadas de gigantes como su antiguo propietario, McCain Foods. Para los productores contratados, este cierre expone la vulnerabilidad de las cadenas de suministro especializadas. Sin un mercado diversificado para su cultivo, quedan muy expuestos a la quiebra de un único comprador, un riesgo que se agudiza a medida que se consolida el segmento de procesamiento.

La historia de CêlaVíta es más que un fracaso empresarial; es un claro indicador de un cambio estructural en el procesamiento agrícola. Demuestra que, en el mercado actual, una marca sólida y la demanda del consumidor son insuficientes sin una estructura operativa y financiera resiliente. Para los agricultores, esto subraya la importancia crucial de diversificar sus canales de distribución. Para la industria, destaca que la inversión futura en el sector de valor agregado probablemente favorecerá modelos altamente escalables e integrados verticalmente, posiblemente en detrimento de los procesadores regionales especializados que desde hace tiempo han sido pilares de la comunidad. La subasta de los equipos de CêlaVíta no es solo una venta de activos, sino una dispersión de la infraestructura de una época pasada.